Santiago Omar Riveros, uno de los principales nombres del terrorismo de Estado, murió este viernes a los 100 años. Por su edad se trata de la última figura jerárquica del Ejército involucrada en las violaciones a los derechos humanos. Riveros fue el comandante de Institutos Militares, entre 1976 y 1978 y, por ende, un ariete principal de las violaciones en Campo de Mayo. Entre 1981 y 1983 fue embajador en Uruguay.
Nacido en Villa Dolores en 1923, Riveros tuvo dos participaciones destacadas en la Junta Interamericana de Defensa. La primera fue en enero de 1976. En esa ocasión proclamó el fin de la lucha armada en la Argentina como consecuencia de la derrota del Ejército Revolucionario del Pueblo en el copamiento al cuartel de Monte Chingolo, el 23 de diciembre de 1976. Esa afirmación fue parcialmente desmentida días después por el jefe del Ejército, que sostuvo que “la subversión sigue activa y no solamente actúa por las armas”. El comandante era Jorge Rafael Videla.
Cuatro años más tarde, en enero de 1980, Riveros volvió a hablar en la Junta Interamericana de Defensa y sus palabras quedaron inmortalizadas, en 1984, en el prólogo del Nunca Más: “Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las órdenes escritas de los comandos superiores”. La frase daba cuenta del plan sistemático de exterminio que impulsaron las Fuerzas Armadas.
Mientras estuvo en Campo de Mayo, Riveros tuvo a su cargo los centros clandestinos “El Campito” y “Las Casitas, además del Hospital Militar y la Prisión Militar de Encausados. En el hospital se registraron partos de mujeres secuestradas. En esos años fue un exponente del ala dura del Ejército junto con Ramón Genaro Día Bessone, Carlos Guillermo Suárez Mason y Luciano Benjamín Menéndez, entre otros.
Tras la vuelta de la democracia, el nombre de Riveros apareció en uno de los testimonios más significativos del Juicio a las Juntas, el de Alejandro Agustín Lanusse. El expresidente de facto recordó ante el tribunal un diálogo con Riveros y Reynaldo Bignone, a propósito de sus críticas al accionar clandestino de los militares.
Dijo Lanusse: “El general Riveros pretendió poder recriminarme o retarme por mis manifestaciones públicas de repudio contra los procedimientos por izquierda, agregando que gracias a ellos yo vivía. Le dije: ‘Hay oportunidades en que es preferible no vivir, general Riveros. Además usted no tiene jerarquía ni atribuciones como para pretender indicarme a mí cómo debo proceder’. Los ánimos se caldearon entre ambos y el general Bignone, propio de su personalidad e idiosincrasia, pretendió mediar, con muy poca felicidad, por cierto”.
Riveros tenía 80 años cuando, tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida debió rendir cuentas ante la Justicia. En su caso, se sumó además la nulidad del indulto dictado por Carlos Menem en 1989. En 2009 recibió una condena a prisión perpetua por uno de los hechos más escalofriantes de la represión ilegal: el crimen del adolescente Floreal Avellaneda, de 15 años, que fue empalado. El cadáver del joven apareció en la costa uruguaya en 1976.
En 2012 fue condenado por robo de bebés junto con Jorge Rafael Videla y Bignone. En 2018 fue sentenciado por los crímenes de obreros de Ford, en una causa que tuvo en el banquillo a directivos de la automotriz. Volvió a ser condenado en 2022. Sumó su decimotercera condena a perpetua a fines de 2023 por el secuestro, las torturas y asesinato de Mario Hernández; y gozaba de arresto domiciliario al momento de su muerte.
Fuente: Página 12