Por: Agustina Lanfiutti (*)
Por su intermedio me permito saludar en su día a todos los médicos que ejercen con amor su profesión y quisiera dedicar unas palabras a la memoria de un galeno que destacó por ello: el Dr. Guillermo Enrique Lanfiutti, “Memo” para los amigos. Papá para mí, el colega más significativo que tuve y tendré en toda mi vida de quien mañana se cumplen 4 meses de su fallecimiento.
A quienes no lo conocieron, el Dr. Lanfiutti fue una persona que amaba su profesión y la ejerció con entrega durante 53 años .
Estudió en la Universidad Nacional de Córdoba y desde allí retornó al Chaco esperanzado con promesas de crecimiento laboral, siendo aún un joven gastroenterólogo. Recién llegado comenzó a trabajar en el Hospital Perrando , cuyo director en aquel momento era un tío suyo pero Memo cumplía horario de lunes a sábado “ad – honorem”. Trabajó tanto en el ámbito público como en el privado siendo acompañado en este último durante más de 40 años por su leal secretaria Ivana. Fue socio fundador de la sociedad chaqueña de gastroenterología y endoscopia, pero en lo que más se destacó fue en el cariño que cosechó de mucha gente.
No concebía alejarse de su consultorio: no lo persuadieron tantos años de servicio ni un accidente que le comprometió la movilidad de la mano izquierda del cual se recuperó rápidamente para regresar a hacer endoscopías. La pandemia lo frenó temporalmente, apenas pudo volvió al ruedo y pareció rejuvenecer. No hizo dinero con su profesión, recién se animó a empezar a atender exclusivamente de manera particular luego de superado el medio siglo de experiencia…Y ahí le llegó el primer diagnóstico, se trató y siguió trabajando porque era lo que más fuerzas le daba. Cuando parecía haber superado esa historia, le llegó su segundo diagnóstico y ya no pudo continuar atendiendo. Entre lágrimas cerró su consultorio luego de toda una vida.
De niña yo creía que mi papá era cirujano: lo escuchaba comentar frecuentemente que había ingresado a quirófano. El iba como ayudante, un poco para despuntar el vicio y otro poco para comprobar o descartar el diagnóstico in situ.
Otro recuerdo de mi niñez es mi larga espera los fines de semana adentro de su auto estacionado mientras el pasaba a controlar a sus pacientes internados. Mucho tiempo después supe que el hecho de que un médico visite a sus pacientes internados aún en fin de semana, cosa que a mí me resultaba lógica y natural, era algo que no siempre sucede.
Desde mis inicios en la carrera de Medicina el me transmitía sus ideales: me inculcaba que no haga esperar de más a la gente y me aconsejaba que trate de ser cálida y que escuche siempre a mis pacientes: “A muchos los vas a aliviar de esa manera, y les vas a dar fuerzas. Algunos necesitan eso más que nada “. También me recomendaba que “me hiciera el ojo clínico “e insistía en que asistiera a alguna guardia a observar, aún antes de que la propia facultad me lo exigiese. «Medicina es VER, VER, VER, decía enfatizando la palabra, hay cosas que vas a ver una vez y no te las vas a olvidar nunca más en tu vida y hay cosas que las vas a ver mil veces y después las vas a reconocer enseguida porque ya las viste mil veces antes”.
Siempre me invitaba a “juntarnos a hablar de medicina “y yo siempre trataba de impresionarlo con los casos que le contaba. Nunca dejó de deslumbrarse.
No creo que la muerte lo haya convertido en santo; a veces era un hombre temperamental y reconozco que el fruto no cae lejos del árbol. Seguramente se habrá equivocado varias veces: la medicina no tiene nada de matemático y el único profesional que no comete errores es el que no ejerce. Pero seguramente una praxis comprometida reduce la posibilidad de equivocarse.
Memo como paciente se encontró con algunos médicos sin vocación. Tanto él como su familia pasamos por muchas cosas que no deberíamos haber pasado. A esos médicos les deseo que se mejoren, y ojalá que sus hijos puedan sentir alguna vez el orgullo que sentimos gracias a mi padre infinita cantidad de veces mis hermanos y yo cada vez que mencionábamos nuestro apellido.
También vale reconocer, agradecer y saludar a muchos otros que sí dieron lo mejor: el Dr. Ginocchi que dió catedra de amistad incondicional y convocó un día domingo a todo un equipo para ayudarlo (la Dra Scarpino y la anestesióloga Carina Sánchez entre ellas), el Dr. Roó que nos devolvió a mi padre el tiempo que se siguieron sus indicaciones. La Dra López por su calidad humana y la Dra Greve Cárdenas por tratar a los colegas como si fueran hermanos como dice el juramento hipocrático. Al Dr. Blanco Silva y a la Dra. Lezcano por intentar ayudarlo. Al Dr. Diez de la Fuente por su apoyo que llevaremos siempre en nuestro corazón. Mención aparte el hospital Avelino Castelán que me acompañó a mí en este duro proceso.
Aprovecho la oportunidad para saludar también al Grupo Urbe pilar fundamental para sostener una internación domiciliaria donde junto a sus cuatro hijos Memo pudo disfrutar del último día del padre, el último asado. Quiero abrazar también a nuestro primo Ulises que tanto nos acompañó a todos.
Si él volviera a pedirme que nos juntemos a hablar de medicina, le contaría que después de más de un mes de internaciones en distintas instituciones logramos trasladarlo a Buenos Aires, a la clínica donde lo habían operado, ahí cumplió más de 60 días de internación totales. Allá empezó a mejorar muchísimo, pero al tiempo se complicó. Su cuerpo hizo cosas increíbles desde el punto de vista clínico contra todo pronóstico. Revertía todos los valores, todos los parámetros. Como si fuera un cuento de Kafka lo vi mutar de Memo a Rottweiler, trabó la mandíbula y se aferró a la vida. Imposible no tratar de ayudarlo por todos los medios.
Su muerte fue como una trompada en el estómago; nos quitó el aire, nos dejó sin habla. No pudimos despedirlo, ni siquiera anunciar la noticia. Sabemos que mucha gente lo quería, gente que tal vez nosotros ni conocemos y que le gustaría darle un adiós. Y también sabemos que hay amigos que les gustaría acompañarnos a nosotros en este momento tan doloroso. Es por eso que invitamos a todos aquellos que quieran recordarlo y despedirlo con cariño a un brindis por su alma. Memo nació en Guaymallén, Mendoza y le encantaba el vino tinto. Le prometió a su médica de cabecera brindar con un buen vino cuando se sintiera mejor y esperamos que esté donde esté ahora, se sienta bien.
A quienes quieran acompañarnos, le realizaremos un pequeño homenaje y alzaremos una copa en su honor el día 19 de diciembre en el Colegio de Kinesiólogos, Belgrano 658 a las 19.30 horas.
(*) Doctroa- MP 7934. DNI 31.459.802