En las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, en un escenario ultra atomizado, el candidato del Frente para la Victoria (una de las tantas agrupaciones que presentó el peronismo en las urnas) salió en segundo lugar con el 22,25% de los votos, detrás del expresidente Carlos Menen, quien obtuvo el 24,45%.
El riojano arrastraba un fuerte descrédito social por las consecuencias de una crisis que tuvo como origen las políticas neoliberales de los 90, por lo que en una segunda vuelta cualquier candidato que se le enfrentase iba a capitalizar ese rechazo a su figura.
Sin chances, Menem desistió de presentarse en la segunda vuelta y Kirchner, a los 60 años, se convirtió automáticamente en el presidente electo «con menos votos que desocupados», según graficaría años después su esposa y dos veces mandataria, Cristina Kirchner.
Con un recordado discurso inaugural pronunciado ante la Asamblea Legislativa, que había sido escrito justamente por su esposa, Kirchner marcaría los lineamientos del nuevo Gobierno que encabezaría, compatibles con un nuevo sentido de época.
«Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, ésta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro», fue el preludio de un mensaje en el que aseguró que venía a «proponer un sueño» a los argentinos.
«En nuestro proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente», rezaba otro pasaje del discurso, que también incorporaba un fuerte compromiso con la política de Derechos Humanos.
Tras jurar al cargo, Kirchner se dio el primer baño de masas con cierta displicencia protocolar, sin saber cómo manipular el bastón presidencial y un golpe que le produjo un anecdótico corte en la frente.
Siendo una figura aún desconocida para buena parte de la sociedad y con un apellido difícil de pronunciar, inició un ciclo que duraría 12 años y medio, siendo continuado en los siguientes dos períodos presidenciales por su mujer y compañera de vida.
Si bien el primer Gabinete heredó algunos de los ministros que habían sido parte del Gobierno de Duhalde, desde el minuto cero Kirchner construyó un camino de autonomía y un liderazgo que lo llevó a romper con quien lo había apadrinado electoralmente en 2003.
Las elecciones del 2005, con la victoria arrolladora de Cristina Fernández de Kirchner como senadora nacional en unos comicios que la enfrentaron a Hilda «Chiche» Duhalde en la Provincia implicaron la renovación definitiva del peronismo y un alineamiento casi total del movimiento al proyecto político del santacruceño.
Néstor Kirchner terminó su mandato con altos índices de popularidad, a la luz de políticas que fueron en buena medida bien recibidos por la sociedad, como la anulación de las leyes de impunidad, la renovación de la Corte Suprema, la integración latinoamericana y el rechazo a la injerencia del FMI, el desendeudamiento, la restauración de las paritarias con la consecuente recuperación del salario, y una serie de nacionalizaciones que pusieron en valor el rol interventor del Estado en la economía.
(Fuente: Ámbito Financiero y Télam)